
A veces lo más cotidiano puede ser también lo más sugerente para una historia de ficción, No es el cementerio un lugar de paso para casi nadie, pero casi todos dirían que el animal que se encuentra por esos lares con más frecuentes es sin duda el gato. Gatos de cementerio se construye sobre esa idea, sobre las razones por las que estos felinos callejeros acostumbran a estar rodeados de tumbas, pero Juanarete y Nerea Díez hacen su trabajo desde una perspectiva amable y poética. Es una fantasía ligera, porque al final a los autores les interesa una visión más realista, pero si tuviéramos que acercarnos a las sensaciones del género sí podríamos decir que estamos más próximos a las leyendas de Gustavo Adolfo Becquer que al terror de Edgar Allan Poe. Lo más destacable está, en todo caso, en la mirada de sus autores. Juanarete nos tiene acostumbrados a relatos de memoria histórica, y aquí cambia completamente de tercio, y Díez está presentándose en sociedad después de haber participado en el cuarto volumen de El Taller, ese libro colaborativo que surge del curso impartido en la ESDIP madrileña. Así que, sí, el tebeo es una buena oportunidad para disfrutar con lo que ambos tienen que ofrecer estando lejos de sus zonas de confort o lanzándose sin red a las manos del público.
El espíritu de la obra queda indudablemente fijado desde el principio con la referencia que utiliza Juanarete para presentar al grupo de chavales que le sirven de protagonistas, que no es otra que Los Goonies. Es decir, esto va a ser una aventura juvenil, pero con matices, porque pronto rivaliza esa idea con la presencia de los propios gatos y el elemento de fantasía del que hablamos. Y la mezcla funciona bien, con un toque de frescura evidente, porque se escapa de los escenarios más habituales si hablamos de gatos y cementerios, más lindantes normalmente con el terror más explícito. Gatos de cementerio no es así. No evita el misterio, porque Juanarete lo disfruta, pero de otra manera, teniendo muchas más ganas de encontrar explicaciones a la presencia de los felinos en estos lares que de ofrecer un marco fantástico. Por eso, el punto fuerte del relato está en la fluida relación que hay entre un gato y una niña que aprenden a comunicarse y que se van conociendo a lo largo de los capítulos que forman esta historia, puertas más que abiertas para que estos Gatos de cementerio pudieran tener continuidad en el futuro. Aún así, y eso es otro acierto, la historia queda cerrada como una notable presentación de un mundo y de unos personajes que se mueven en él muy a gusto y con mucha verosimilitud.
Ese término nos viene al pelo para hablar del dibujo de Díez, porque no es realista pero sí deja unas sensaciones que nos abocan a pensar en la vida real. Se permite licencias, claro, sobre todo para las escenas en las que los gatos se tienen que mover como gatos, algo que interpreta de una manera fresca y dinámica. Eso mismo buscas unas onomatopeyas que nos llevan a terrenos más tradicionales de los que a veces transita el cómic en nuestros tiempos. Y eso, aunque parezca una tontería, ayuda a que el tono del dibujo sea muy cálido. Eso y los diseños, tanto de los personajes humanos como de los mismos gatos, que en este caso adquieren un rango idéntico de protagonismo, al igual que la ambientación, que es bastante adecuada tanto en las escenas diurnas como en las nocturnas. La narrativa de Díez es atractiva, cambiante e imaginativa, sin necesidad de buscar extravagancias que no necesita, pero con muchos recursos para que la historia sea llamativa, incluso en las secuencias aparentemente más tranquilas. Gatos de cementerio se convierte así en tebeo bastante peculiar, con una premisa valiosa y con un desarrollo distinto. Y se sale de sus páginas intrigado por esa presencia felina en los camposantos, pero también entretenido con la ficción que han montado entre Juanarete y Díez.
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