
Que el mundo del cómic es algo maravilloso es algo que está fuera de toda duda, pero a veces son los más pequeños detalles los que animan a recordar lo bonito que es este rincón del entretenimiento. Vivimos en una época de nostalgia, una en la que los grandes recuerdos regresan, en sus formas originales o actualizadas. Pero la nostalgia muchas veces juega solo a favor de lo que sabemos que va a vender. Por eso, encontrarse con una nueva edición de un tebeo como Almogávar, escrito y dibujado hace casi treinta años, es una de esas delicias difícilmente descriptibles. Es evidente que hay un camino más fácilmente recorrible cuando un escritor se convierte en editor y cuando con una editorial, más o menos pequeña, que le permite darse esas satisfacciones, pero no por ello hay que pensar en Almogávar como un simple capricho personal. No, estamos ante un tebeo que, en primer lugar, puede servirnos para entender la labor de GP, su gusto por lo autóctono y su deseo de universalizarlo. Es un tebeo de aventuras que funciona muy bien hoy en día que parece que también estamos recuperando el gusto por nuestro propio contexto histórico. Y es una pieza distinta a lo que estamos acostumbrados a ver, desde su carboncillo pero también por sus ganas de hacer ficción con la Historia desde puntos de vista más desconocidos para el gran público.
Carlos Polite es un escritor muy hábil, y Almogávar, obligándonos a viajar en el tiempo para situar esta obra al comienzo de su carrera, no solo cumple con esa función nostálgica de la que hablamos. En el arranque, su noción de historia dentro de la historia es muy eficaz para que nos acerquemos sobre todo a los personajes. El contexto histórico va entrando casi solo desde la advertencia inicial que hay en el cómic. Y según vamos atando cabos por las dos vías, la de la Historia y la de los personajes, vamos disfrutando en mayor medida del retrato que Viñuales hace de la almogavería. No será aquí donde definamos ese término, porque el cómic es precisamente una definición espléndida de lo que supone, pero también porque el propósito que hay detrás de tebeos como este es precisamente dar a conocer costumbres históricas, rincones de nuestro paso, que en buena medida pueden considerarse perdidos. En este sentido, el trabajo del escritor es irreprochable por lo que cuenta y por la forma en que lo hace, dando vida a un cómic sencillo en muchos aspectos, pero que cumple con todos sus propósitos con una facilidad envidiable, la misma que le ha permitido, con los años, crear historias que poco o nada tienen que ver con la vida de este Almogávar.
El dibujo de Daniel Viñuales tiene la virtud inicial de hacer el viaje en el tiempo necesario para apreciar el tebeo, y además en un doble sentido. Su trazo en grafito nos recuerda lo poco habitual que es hoy en día ver un estilo como este, y más para dar forma a un relato histórico, que suele acaparar un toque mucho más realista y colorido de manera habitual, pero también porque ayuda a que entremos de lleno en la época descrita y en el tono que quiere tener el relato, no olvidemos que comienza con nuestro protagonista preso y en un país extranjero. El blanco y negro, que quizá pueda parecernos al principio la forma más económica y accesible de crear un relato de esta naturaleza, no tarda en dar personalidad al conjunto, que cuando se asoma a escenas típicamente medievales logra estampas muy brillantes. Puede que Almogávar sea uno de esos tebeos que requiera no tanto un amor como al menos una curiosidad previa por el escenario histórico que nos muestra, pero una vez se aceptan las reglas del juego que proponen es un tebeo muy interesante. Y por las vueltas editoriales que ha dado, podemos decir con firmeza que Viñuales y Polite nos recuerdan con esta nueva edición lo grande que puede ser el cómic, un medio que nos permite dar a los lectores de hoy lo que hace mucho tiempo también podrían haber disfrutado.