
Lo exótico funciona como motor de una historia, eso es incuestionable. Pero si abrazamos esa idea de base para entender lo que hacen David Terrer y Chesús Calvo, hay que reconocer que su mérito está en saber darle la vuelta. Hablan de la Zaragoza de comienzos del siglo XX por medio de un singular luchador japonés, especialista en Jiu Jitsu, que realiza una gira internacional para demostrar su técnica en un espectáculo en el que también peleaba contra espontáneos del público. ¿Y dónde está el elemento diferencial? En que aquí lo exótico es lo que reconocemos como propio. Es, si Goscinny y Uderzo nos lo permiten, algo así como trasladar aquello de que estos romanos están locos a los maños y, por extensión, a los españoles. La manera en la que los autores juegan con la fotografía para explicar lo que supone su presencia en la capital aragonesa es maravillosa. Y la desenfadada sensación de estar asistiendo a una historia que sirve para anunciar el fin de una era por medio de un protagonista que ya parece sacado de otro tiempo es, sencillamente, deliciosa. Por eso funciona tan bien un tebeo que quiere hablar de su personaje central con tanta efusividad como del escenario en el que tiene lugar todo, por eso parece una anécdota que se cuenta en una animada charla pero convertida en un relato muy completo.
Cuando se apuesta por un escenario histórico como este, se espera siempre una precisión verificable, y Terrer parece aportarla para todo aquel que la necesite o incluso la quiera verificar. Pero cuando se juega la baza del exotismo y el folclore, hay otros objetivos distintos, los de llamar la atención con frescura y saliéndose de lo cotidiano. Conseguir los dos objetivos es lo que da fuerza a La pelea del siglo porque sabe juntar realidad y ficción de una manera bastante adecuada. La manera de discernir si se han conseguido sus propósitos de esta obra es sencilla, no hay más que constatar lo difícil que es separar de entre lo que estamos leyendo lo que pasó realmente, lo que pudo pasar o lo que se ha inventado para dar forma al relato. Y como es bastante difícil, se disfruta de todo el viaje, de la anécdota en la que interviene el rey, del flashback en Japón, de la realidad de las calles de la Zaragoza de la época y de ese apasionante duelo que da título al cómic, que casi parece ser lo más mítico de la historia aunque en realidad pueda ser lo más documentado. Ese juego, en una frontera que es inevitablemente delgada, nos lleva a pensar en los logros del conjunto, que son muchos. Y eso que, recordemos, la anécdota de la que partimos parece bastante liviana: un japonés en Zaragoza mostrando lo que es el Jiu Jitsu en 1908. Casi nada.
Dicho así, seguro que a Calvo se le pasó por la cabeza el dilema de cómo dibujar algo así. Y la respuesta, la suya, es la más sencilla: con naturalidad. Y desde esa sencillez, se llega a un acierto pleno. El mencionado uso de las fotografías es un recurso delicioso que cumple tres objetivos de una tacada: nos lleva a la época, al lugar y al tono de la obra de una manera muy eficaz. Y a partir de ahí, el estilo sencillo de Calvo funciona todavía mejor de lo que lo habría hecho sin este prólogo, que por supuesto tiene su reflejo en el cierre del tebeo. Con un aire casi teatral, el ilustrador nos conduce bien por los distintos escenarios y ejecuta bien las peleas, incluso sumándose desde a una lección magistral de Jiu Jitsu que tiene un ritmo casi cinematográfico, una escena entre varias que supone una preparación bastante notable para el clímax de libro mientras seguimos admirando el paisaje. Cuando uno escucha algo tan rimbombante como La pelea del siglo no pensará seguramente en la que un tal Rakú sostuvo en Zaragoza contra un enemigo sin nombre, pero hay que reconocer que Terrer y Calvo consiguen que salgamos del tebeo con la sensación de haberla vivido. Y hablamos de Jiu Jitsu, por muy animal y hasta primaria que pueda parecer ese combate final, y no otras disciplinas de lucha más extendidas, lo que da una idea de la implicación que logran los autores.
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