
Ante la renuncia en cierto modo del periodismo a reivindicar valores y figuras de las que tienen que perdurar, es bueno que medios como el cómic se hayan animado con tanta fuerza a realizar esa labor. Daniel Viñuales nos ofreció hace un par de años un maravilloso homenaje a José Antonio Labordeta en TeBeO Labordeta (aquí, su reseña), con dibujo de Carlos Azagra y color de Encarna Revuelta, pero la figura que escogieron es tan amplia, tan compleja y tan intensa que no basta un único volumen para alcanzar toda su grandeza. Y en estos tiempos en los que vivimos, en los que la política vive un desprestigio tan merecido, con tantas figuras mediocres acaparando minutos y minutos de televisión, como si eso fuera lo más importante de su ejercicio profesional, reconforta dar con historias como la de Señoría Labordeta, la de un hombre del pueblo que hizo política para el pueblo. Sería mejor o peor político, caería mejor o peor a las personas que le rodearon y a las que solo supieron de él a través de los medios, estaremos más o menos de acuerdo con sus ideas y luchas, pero aún así su figura resplandece. Y lo hace porque Viñuales y Azagra hablan de él con un cariño inmenso, pero también desde el poder que da la documentación. Sí, Señoría Labordeta tendría que aparecer en la biblioteca del Congreso de los Diputados y muchos tendrían que leerla para aprender algo.
Viendo el título, no es ninguna sorpresa decir que Señoría Labordeta se centra en sus años como diputado, en las dos legislaturas que pasó en el Congreso luchando contra gigantes, una primera en la que fue de los que se atrevió a plantar cara a la mayoría absoluta de José María Aznar y una segunda, más plácida y productiva, ya con José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa. Lo que cuenta Señoría Labordeta es la lucha desde abajo, la que está lejos de los focos mediáticos en cuanto no hay algo novedoso que contar, cuando desde CHA se trabaja en la sombra mediática y desde los pasillos dela Cámara Baja, por mucho esfuerzo que se ponga. Viñuales capta a la perfección no solo las particularidades del personaje, sino también los entresijos de la vida parlamentaria, y lo hace además desde un marco emotivo, las memorias del propio Labordeta desde un cielo plagado de estrellas que le hacen compañía, y que le funciona muy bien para que la narración sea un relato biográfico fluido y muy entretenido. Y como el episodio más famoso a ojos del público general ya quedó retratado en TeBeO Labordeta, Viñuales encuentra una forma maravillosa de recuperarlo sin repetirlo, con una de esas dobles páginas maravillosas que hablan de un héroe a su pesar y de una sociedad que se queda casi siempre en la anécdota del momento en lugar de en valorar un conjunto.
Azagra hace ya tiempo que se demostró como un narrador mucho más completo de lo que algunos intuirán en su caricatura de rasgos exagerados y narices prominentes, pero después de haberle visto en relatos de comedia absoluta como las de El último aragonés vivo (aquí, reseña de su último volumen) y biografías de carácter político y social como las de TeBeO Labordeta (aquí, su reseña) o Pepe Buenaventura Durruti (aquí, su reseña), su trabajo merece una valoración mucho más extensa y elogiosa. Narra, y narra además a partir de un dibujo accesible y que no necesita el realismo como arma fundamental para que su verosimilitud sea asombrosa. Labordeta es en sus lápices una figura entrañable y decidida, y el mundo que le rodea es cálido y cercano, colorista y sobre todo real. Lo es cuando busca el retrato que pueda resultar más conocido al lector general y también al localista, al de quienes conocen a Labordeta como una figura íntimamente ligada a Aragón. Y así, como decíamos, se construye un tebeo hermoso, necesario para que nos demos cuenta de que todo es política y de que la política es mucho más que la colección de descalificaciones que a menudo vemos en los medios. Y sobre todo es la historia de alguien grande en su entorno que supo también ser pequeño en un escenario completamente nuevo. Un gran trabajo.
El contenido extra lo forman una introducción de Juana de Grandes, presidenta de la Fundación José Antonio Labordeta, y unas notas finales de Paco Pacheco.