A fuerza de ser justos, el hecho de que un cómic o un manga sea el primero en la carrera de un autor em cuestión, no tendría por qué marcar diferencia alguna en el trato que se le debe dar. Con Happy Egg tenemos la enorme suerte de que no hace falta que nos planteemos ese ejercicio de benevolencia, porque la presentación en sociedad de Kaise, pseudónimo detrás del cual se esconde Héctor Cisneros, es un ingenioso relato de fantasía que, a su manera, una que podemos entender como ingenua pero que tiene su inteligencia, encuentra la forma de hablarnos de la sociedad de consumo y de trabajo que experimentamos en nuestras carnes todos los días. No es que Happy Egg sea una obra de denuncia social, no es eso, pero sí es evidente que Kaise ha creado las reglas de su mundo en base a lo más perverso de nuestra realidad: trabajos insatisfactorios que no nos llenan como seres humanos, vida laboral interminable, anhelos de sueños de escapismo que en realidad tampoco nos satisfacen cuando los alcanzamos. Todo esto está en la obra de Kaise, y no por eso deja de ser la visión de un mundo que no es real. Puede notarse que es el trabajo de un novel en algún aspecto, tampoco lo vamos a negar, pero es tan sincero y tiene tanto en lo que pensar que lo positivo pesa mucho más.
Happy Egg va, por encima de cualquier otra cosa, de sueños y deseos, sobre todo insatisfechos y por cumplir. Sus personajes viven vidas que no les gustan. Ninguno de los tres protagonistas principales es feliz, se conformen más o menos con lo que les ha tocado en suerte. Porque sí, este mundo de Kaise es determinista, una mano escoge nuestra vida por nosotros. La fría y aterradora impersonalidad que hay detrás de ese proceder viene a ser una metáfora de quienes manejan los hilos en nuestra realidad, por mucho libre albedrío que creamos tener. Hay una cierta inocencia en el hecho de que la protagonista principal de Happy Egg sea una cría que tiene toda la vida por delante, pero en realidad ningún futuro realista. Ese es quizá el gran debate que la obra traslada al lector, si decide afrontar las condiciones de este mundo con esperanza y sueños de grandeza, por tímida y pequeños que puedan parecer, o rendido a la evidencia de que nada va a cambiar y de que lo provoca no es más que una acumulación de rencor que pueda explotar en un momento dado. A Happy Egg quizá le falte algo de concreción en algún momento, pero se compensa por dos cosas, por la ambición emocional que tiene el relato y porque, al final, es un ejercicio tremendamente sincero, en el que se nota que se ha volcado todo lo que tenía el autor.
El manga de Kaise es cercano y agradable. El mundo de Happy Egg necesita desde el principio una calidez, una cercanía, sensaciones que consoliden por un lado esa cierta ingenuidad que preside la historia y, por otro, ese vaivén emocional que es tan fácil extrapolar a nuestra realidad. Se nota que los modelos que explora son sencillos y claros, que son el cimiento que necesita la historia y que son personajes con los que Kaise se siente muy cómodo. Pero si hay algo que impresiona de Happy Egg a nivel visualizar es lo bien que esconde sensaciones muy profundas debajo de ese estilo casi juvenil. En ese sentido, es asombroso el tono de pesadilla humana que llega a adquirir en un momento dado, sin que por supuesto vayamos a desvelar más de lo necesario. Esas páginas, en las que se priva a la, obra de cualquier optimismo posible, son lo que de verdad nos da la dimensión de Kaise como narrador, después de que le hayamos aceptado sin problema desde la parte más lúdica y divertida de su fantasía. Happy Egg es un manga que hace pensar más de lo que u o podría imaginarse cuando lo coge por primera vez, y eso ya hace que la estima que se gana esté más que justificada. Y sí, es la primera obra de Kaise, lo que hace que ya tengamos su nombre subrayado en rojo para saber si sus próximas obras confirman el talento que apunta en esta primera.
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